Editorial

Misiles en la madrugada

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Volvió Siria. Se había ido, o por lo menos no aparecía ya en el radar de la actualidad informativa más que como una lucecita pálida y periférica. Se explica: al cabo de siete años, cualquier guerra más o menos lejana termina generando un callo noticioso contra el que poco puede la escofina de algún cable de agencia. Pero apareció el imperio, encarnado en un señor iracundo, inestable y grotesco. Con un puñado de tweets, un centenar de misiles y dos ex potencias imperiales como damas de honor, el ogro de siempre logró que nos dijéramos: “che, ¿te acordás de Siria?”.

Volvió Siria, y no cabe en una columna. No hay manera de hacer entrar en cinco o seis párrafos y en cuatro minutos todo lo que uno no sabe, toda la ignorancia y las dudas, la multitud de zonas oscuras que salpican esta tragedia y no hacen sino agrandarse cuando uno decide filtrar hasta el hueso sus conjeturas rápidas. Más allá de unas pocas certezas, de una cronología sumaria y del inventario de fuerzas, grupos, Gobiernos y facciones que han intervenido e intervienen en esta violenta y devastadora maraña, solo parece haber espacio para consumir versiones sin creer del todo en ninguna.

Tres países, que reunidos concentran los dos tercios del poderío militar en el planeta, lanzan un bombardeo limitado, sabiendo que su efecto sobre la situación en Siria será virtualmente nulo. Lo hacen, por lo demás, después de haber coordinado esa acción con el Gobierno ruso, principal aliado y sostén del régimen bombardeado, y al cabo de una semana, es decir dándole a ese régimen el tiempo de mudar sus instalaciones.

Otro país, Turquía, miembro de la OTAN pero cada vez más amigo de Rusia, declara oficialmente que el bombardeo en cuestión es una “reacción apropiada”, mientras realiza por su parte operaciones militares en territorio sirio para masacrar a los kurdos. El régimen sirio vuelve, presuntamente, a usar armas químicas a pesar de tener ya prácticamente ganada la guerra interna, gracias a la intervención rusa e iraní.

El ministerio de Defensa ruso dice tener pruebas de que el supuesto ataque con armas químicas fue un montaje en el que participó activamente el Reino Unido, y los Gobiernos de EEUU y Francia aducen tener pruebas de que sí hubo un ataque semejante, perpetrado por el régimen. Todos parecen tener pruebas de algo, pero nadie las muestra, mientras la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) investiga, sin muchas esperanzas de poder determinar nada significativo: el tiempo pasa, los rastros se borran.

No hace falta agregar mucho más para que surja desde el fondo de la memoria aquella vieja frase en la voz de Eduardo D’Angelo: Y usted, ¿no desconfiaría? Depende. ¿De qué desconfianza se trata? ¿De una desconfianza que suspende las conclusiones y sugiere circunspección antes de emitir un juicio? ¿O de una desconfianza primaria y conspirativa, que en realidad solamente desconfía de todo lo que no coincida con aquello en lo que confía ciegamente?

Siria no cabe en una columna, pero tampoco cabe en el gorjeo alucinado de las redes sociales u otros foros de similar encefalograma, donde este fin de semana emergió nuevamente el infeliz comercio de reflejos, esta vez a favor y en contra del Gran Satán. Tanta seguridad en los asertos, incluso de parte de presidentes, causa admiración, matizada de tanto en tanto con la perplejidad que provoca leer, en medio de incontables ladridos, que el señor Bashar al-Asad es un gobernante electo de centroizquierda.

La química, en este caso, parece ser de uso personal de quien enuncia un desvarío de ese porte, que aun así tiene el mérito de recordar que además de EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido, Turquía, Arabia Saudita, Israel, milicias chiitas, organizaciones kurdas y grupos terroristas, en este asunto sirio hay un régimen, que por cierto no es un apacible Gobierno electo de centroizquierda, sino una dictadura hereditaria sangrienta que lleva casi 48 años en el poder y siete como protagonista de una guerra que se ha cobrado cientos de miles de muertos, de los cuales no pocos eran niños. Así funcionan a veces los bombardeos imbéciles e ilegales, contribuyendo a dibujar sonrisas de víctima en la cara sucia de asesinos infames.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 16.04.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.