Editorial

El riesgo de banalizar las historias

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por Emiliano Cotelo ///

Una guardia periodística y un grupo de vecinos curiosos esperaban en la puerta de una casa de la Ciudad Vieja, el viernes pasado, mientras adentro el tunecino Abdul Bin Mohammed Ourgy, uno de los ex presos de Guantánamo, se casaba con una uruguaya de 24 años convertida al islam.

Al otro día varias crónicas de prensa relataron con lujo de detalles una ceremonia que se desarrolló siguiendo las tradiciones musulmanas. Describieron el lugar, la vestimenta de los invitados e incluso informaron que se había bebido Jugolín y comido masitas.

La noticia fue discutida ayer en La Mesa de los Lunes, aquí, En Perspectiva. Algunos de nuestros tertulianos opinaron que con notas de ese tipo se había caído en el voyeurismo y que así se estaba generando un espectáculo con los refugiados de Guantánamo. También se reclamó que es hora de dejarlos en paz para que puedan continuar tranquilos con su proceso de inserción en la sociedad uruguaya.

Algunos oyentes fueron más allá y nos cuestionaron a nosotros por haber propuesto el análisis de ese tema y se preguntaron si lo ocurrido el viernes era verdaderamente una noticia.

Un rato más tarde, en la reunión de producción que realizamos cada mañana con el equipo de En Perspectiva, había mucha avidez por comentar tanto lo dicho en la mesa como los mensajes críticos enviados desde de la audiencia. El intercambio duró un buen rato. Y sacamos algunas conclusiones. Les cuento.

La llegada de los ex presos de Guantánamo, en diciembre del año pasado, despertó mucha curiosidad, adentro de nuestro país y a nivel internacional. Y era, sin dudas, un hecho de interés periodístico porque estos refugiados funcionan como el testimonio vivo de una cárcel que es una vergüenza para los derechos humanos y cuyo cierre definitivo todavía no tiene fecha, pese a las buenas intenciones del presidente Barack Obama.

Pero me pregunto: Después de aquel momento inicial del arribo y la instalación en Montevideo de aquellas personas, ¿es necesario hacer un seguimiento minuto a minuto de sus vidas como si fueran figuras de un reality show?

La peripecia personal de cada uno de estos hombres seguramente está llena de detalles dignos de una novela de no ficción. Y el periodismo se ha encargado de llevar al gran público muchas historias privadas, en donde las anécdotas y los modos de vida pesan y mucho para describir de la manera más gráfica y asequible una situación relevante desde el punto de vista social, político o económico. Ahora bien, desde ese enfoque, ¿qué aportan los pormenores de la boda del viernes? Después de haber pasado 13 años recluidos en condiciones infames, que los medios de comunicación escrutemos con lupa a estos señores en su día a día, ¿no termina banalizando sus historias?

Yo no tengo la verdad revelada en materia de periodismo. Eso sí, en nuestra rutina de trabajo tratamos de dejar espacios para reflexionar sobre lo que hacemos en esta profesión; en particular sobre lo que hacemos nosotros mismos acá, en este programa.

En esa línea, junto al equipo de En Perspectiva, tiendo a pensar que sí tiene sentido que informemos que estas personas se casan, porque eso es una muestra de que, poco a poco, van desarrollando una vida “normal” y encontrando un lugar en la sociedad uruguaya. Pero tal vez ahí, en consignar el hecho, está el límite entre el periodismo y el hostigamiento. Me parece que no deberíamos ir más allá, que no tendríamos que ingresar en el terreno de la intimidad de estos seres humanos. A las pruebas me remito: Otro de los ex reclusos, que iba a contraer matrimonio la semana pasada, postergó la ceremonia para escapar de la presión mediática.

Los periodistas –se supone– tenemos olfato para descubrir cuándo un acontecimiento puede generar interés en cierto público. Es cierto. Pero también debemos saber cuándo corresponde poner el freno.