Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
Ayer se votó en Chile para elegir presidente. Como se supo ya hacia la tardecita, el vencedor fue el opositor Sebastián Piñera, y el derrotado el oficialista Alejandro Guillier. Uno sabía, por lo menos a grandes rasgos, qué representaban los dos candidatos en pugna, qué orientaciones estaban en juego y, si se tiene un real interés en seguir la actualidad política chilena, qué programas o medidas de gobierno habían circulado, mal que bien, como propuestas o promesas durante la campaña.
Supongamos, empero, que no hubiese sido así, y que sólo contáramos con lo que los nombres de las respectivas coaliciones indican. De un lado, “Chile vamos”, del otro, “Fuerza de la mayoría”. Es difícil hacerse una idea, únicamente con esos nombres, de los contenidos políticos más o menos concretos y específicos que pretenden designar. Pero nadie, como fue dicho, se habrá llamado a engaño, en particular quienes hayan votado, de manera que no parece haber ningún problema fundamental en la ausencia de espesor de tales denominaciones, que incluso, como en el caso de “Chile vamos”, no reparan siquiera en la sintaxis. Pero sí hay un problema, y no es solamente formal.
Poca voluntad parece haber de dar a esos apelativos algún sentido razonablemente identificable, y quizá haya que concluir que, si ello es así, tal vez se deba a que se estima que no importa mucho. De ahí que con frecuencia los nombres de las formaciones políticas – y no sólo en Chile, por cierto – puedan ser prácticamente cualesquiera, y por lo tanto intercambiables. Así, el señor Piñera podría igualmente haber ganado las elecciones como candidato de una coalición llamada “Cuánto me gusta mi país”, y “¡En marcha!”, el movimiento que llevó al señor Macron a la presidencia de Francia, podría haberse llamado “¡Adelante!” o “No nos para nadie”.
Algo parecido podría decirse, por ejemplo, de “Vamos Uruguay”, o de su probable fuente de inspiración, el berlusconiano “Forza Italia”. En el mismo rubro de las exhortaciones, allí está el “Cambiemos” del señor Macri, en tanto el “Podemos” español suena más a técnica motivacional. No se sabe muy bien qué “Podemos”, ni hacia dónde estamos “En marcha”, así como las huestes de Pablo Mieres no han creído oportuno aclarar de qué son “Independientes”, como si todo ello tuviera, al fin y al cabo, escasa relevancia, y el partido hubiese podido llamarse “Circunspecto”, “Diligente” o “Cariacontecido”, sin mayores alteraciones.
Hubo agrupaciones, y quizá todavía existan, que en el Partido Nacional se vieron impregnadas de cierto espíritu meteorológico, como “Aire fresco” o “Soplan vientos nuevos”, y por lo demás las dos alas mayores de ese partido se llaman, respectivamente, “Todos” y “Juntos”, lo cual exhibe, a todas luces, una insigne profundidad conceptual. Los “espacios” también han servido para fraguar nombres de enjundia. Salvo que ya se haya disuelto y no nos hayamos dado cuenta, el Partido Colorado alberga un “Espacio abierto”, así nomás, y ni qué hablar del “Nuevo espacio”, al que por otra parte, a casi treinta años de creado, le está sobrando ya el adjetivo. Por ahí anda, a su vez, casi de estreno de su nombre hueco, un “Partido de la gente”, que de haberse llamado “Agrupación Amigos de Edgardo Novick”, como supo tener el finado Oscar Magurno, habría honrado un poco más la virtud semántica.
No se trata de prolongar un largo inventario, que por extenso termina volviéndose algo entristecedor, ya que uno tiende a creer que el acto de nombrar no es una operación trivial sino un gesto significativo en términos de identificación, tanto para sí como para los demás. La razón de que un sector, un partido, un movimiento o una coalición sinteticen su visión del mundo y de la sociedad apelando a fórmulas que bien podrían llegar a ser “Vamos que vamos”, “Los reyes del mambo” o “Los de afuera son de palo”, puede radicar en la pereza, la inopia intelectual, la disimulación, o todo eso junto. Serían sin embargo hipótesis relativamente optimistas, o por lo menos incompletas, puesto que la virtual nada de la imbecilidad entusiasta con que tantas corrientes políticas se nombran a sí mismas traduce además, con toda probabilidad, un vaciamiento, un raquitismo ideológico inquietante, sobre todo porque a pesar de él, o peor aún, gracias a él, se ganan elecciones.
***
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 18.12.2017
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.