por Rafael Mandressi ///
La actualidad internacional tiene sus figuritas repetidas. Esas que aparecen regularmente en la lluvia de los cables de agencia, y que terminan volviendo familiares a nuestros oídos un puñado de nombres exóticos. Muchas veces esos nombres acaban confundiéndose unos con otros, no designan entidades precisas y remiten a una imagen general, una masa informe de acontecimientos y protagonistas cuya complejidad no hace más que alimentar la impresión de que el mundo es un vasto caos incomprensible. No entendemos nada, salvo que allá afuera pasan cosas horribles. En el fondo, tenemos suerte de no estar en el mundo, por lo menos en su lado oscuro y salvaje, y podemos ocuparnos de debatir sobre el FONDES o el corredor Garzón mientras bajo otros cielos se viven tragedias verdaderas, hechas de degüellos, bombardeos y naufragios de barcazas cargadas de desheredados.
El mundo, ese más allá lleno de violencia desmadrada, irracionalidad, dictaduras sanguinarias, fanatismo, destrucción y desorden, tiene uno de sus teatros de predilección en la zona que solemos llamar Oriente Medio y que la Real Academia de la lengua recomienda llamar Cercano Oriente. Digamos el suroeste de Asia, más algunos territorios limítrofes sobre el Mediterráneo africano y europeo. Abramos un mapa y tratemos de localizar algunos conflictos y algunos actores. En Irak, donde el grupo Estado Islámico avanza y retrocede, gana y pierde, combaten milicias iraníes. En Siria, donde también el Estado Islámico gana y, a veces, pierde, el régimen libra desde 2011 una demencial guerra interna contra buena parte de su propia población. Irán respalda al gobierno sirio, lo ayuda militarmente, y de hecho considera a Bachar el Assad como una suerte de procónsul. En Yemen, la rebelión de los Huthis, apoyada política y materialmente por Irán, controla un tercio del país y en enero pasado tomó el palacio presidencial. En Líbano, el Hezbolá, cuyas milicias pelean en Siria del lado del régimen, es financiado, armado y en buena medida dirigido desde Irán. Otro tanto ocurre con Hamás en la franja de Gaza. En Afganistán, los servicios de inteligencia iraníes cooperaron estrechamente con los estadounidenses contra los Talibanes e intervinieron también, de manera discreta, en operaciones militares.
En cada uno de estos casos donde Irán está presente de una manera u otra, hay ramificaciones, facciones diversas, intereses múltiples, juegos a varias bandas y una sintonía fina infinitamente más complicada que la simple enumeración que acabo de hacer. Pero volvamos al mapa: Irak, Siria, Líbano, Palestina, Yemen, Afganistán, Irán. Es buena parte del mapa del imperio persa, creado hace unos dos mil quinientos años y que no llegó a conquistar toda Grecia porque se rompió los dientes en Maratón y Salamina. Es el imperio de Ciro, Darío o Jerjes, con capital en Persépolis, y que no era musulmán, por cierto, ya que el islam no existía. Ahora existe, pero en la República islámica de Irán el calendario y el idioma siguen siendo persas, y varios feriados actuales vienen del viejo zoroastrismo, religión oficialmente permitida.
Los mapas se pueden leer de muchas maneras, y no hay, por lo demás, un solo mapa sino varios, que a veces es bueno superponer. La geopolítica del Cercano Oriente no se explica a través un antiguo imperio, por supuesto, pero quizá no se explique del todo sin él y, más todavía, sin lo que ese imperio representa en la visión del mundo y de sí mismos de los iraníes, incluidos sus dirigentes. Se podría también abrir algún otro mapa para leerlo del mismo modo: el de Turquía y el imperio otomano, por ejemplo, el de la Rusia de Vladimir Putin, o, más cerca de Montevideo, el de Brasil.