Editorial

“Esta no es la policía que queremos”

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Por Emiliano Cotelo ///

“Esta no es la policía que queremos”.

Fue muy directo el título del comunicado que emitió el Ministerio del Interior (MI) el miércoles 25 al mediodía. Se refería a un video que circulaba en las redes sociales desde la tarde anterior y que mostraba a varios efectivos arrestando con excesos a Sofía, una joven de 19 años. En la esquina de Chucarro y Pagola esta empleada de una panadería de la zona había increpado a dos de ellos porque casi la atropellaron con el patrullero por conducir distraídos mirando a una mujer con aire seductor durante las tareas de vigilancia.

Minutos después –según la crónica de El País– el policía retornó al lugar, bajó del auto, ingresó al comercio, preguntó por el dueño y al ver a Sofía, que estaba limpiando una heladera, comenzó a gritarle, la calificó de atrevida, le pidió datos personales y la amenazó con llevarla presa, cosa que terminaría concretando un rato más tarde.

Afortunadamente la chica no sufrió ningún daño grave. Digo esto porque el caso que, a su pesar, la tuvo como protagonista resulta muy interesante y seguramente dejará su huella, como quedó de manifiesto en la entrevista que realizamos este miércoles En Perspectiva con el sociólogo Gustavo Leal, director de Seguridad y Convivencia en el MI.

La situación me hizo recordar -a otra escala, por supuesto- a las que se han dado en Estados Unidos en los últimos años, cuando agentes policiales maltrataron -e incluso mataron- a ciudadanos negros, convertidos en sospechosos simplemente por su condición racial. Los videos caseros que registraron aquella violencia provocaron revueltas populares y resultaron determinantes para que las autoridades adoptaran medidas disciplinarias y reformas de fondo en esos cuerpos policiales.

Una nueva policía

Acá, en Uruguay, estamos asistiendo a la “construcción” de una nueva policía nacional. Para ello el MI desarrolla planes en varios planos: formación de los efectivos, mejora de las retribuciones, incorporación de uniformes dignos, suministro de equipamiento actualizado y reorganización de la forma de trabajo.

Ya se notan los cambios pero todavía falta. Se percibe el avance en la eficacia con que se resuelven algunos episodios, como el procedimiento que el 5 de julio pasado logró desactivar una rapiña con toma de rehén en un supermercado de Rivera y Luis Alberto de Herrera. Y, del otro lado, salta a la vista lo mucho que falta en tragedias como la del 10 de julio en una pizzería de Pocitos, cuando fue asesinado a quemarropa un policía que en sus horas libres trabajaba, de manera irregular, como guardia de seguridad porque su sueldo no le alcanzaba para solventar el presupuesto familiar.

Según la última edición del Latinobarómetro, Uruguay aparece como el país de la región donde el grado de confianza en la policía es más alto: 59% (cuando, por ejemplo, Chile está en 46%, Argentina en 38%, Brasil en 34% y el último de la lista es México con 21%). De todos modos, lo que padeció Sofía la semana pasada da la pauta de varios de los baches que aún se arrastran.

El comunicado

El propio MI lo señala en su comunicado, donde aclara que “no se comparte la conducta policial de los involucrados tal cual y como se observa en el video difundido”, “se entiende que existen irregularidades en el procedimiento” y por tal motivo se dispone una investigación administrativa urgente y la notificación a la Justicia.

Ahora, el comunicado en sí mismo resulta muy revelador. Impresiona que el MI reaccionara tan velozmente y con un pronunciamiento primario tan drástico como implica afirmar: “Esa no es la policía que queremos”.

En varias otras ocasiones vimos lo contrario: se salió a defender a los agentes (pienso por ejemplo, en operativos en partidos clásicos o en aquel sonado desalojo del edificio sede del Codicen). ¿Qué hubo de diferente acá? Una espiral de malestar y protestas que venía creciendo desde la mañana en las redes, con la difusión del video, y que tenía como epicentro un sector sensible de la población de clase media. Y para frenar esa ola se decidió aplicar cirugía mayor, asumiendo el riesgo de que los funcionarios aludidos optaran más adelante por demandar a las autoridades acusándolas de prejuzgamiento (como, de algún modo, está en el horizonte); después de todo, la grabación sólo mostraba una parte de la historia y dejaba varias dudas.

Fallas varias

De todos modos, en el MI sostienen que no se basaron solo en el video amateur, sino que rápidamente pudieron acceder a las grabaciones de las comunicaciones de los patrulleros, donde quedaría de manifiesto que el agente que inicia la acción les da a sus colegas una versión distorsionada (o directamente falsa) de la conducta de la chica, propiciando así la reacción corporativa que lleva a seis móviles más a concentrarse en el lugar a enfrentar un presunto desacato. También pudo detectarse que cuando finalmente la joven es esposada y llevada a la comisaría 10a, intenta hacer la denuncia por malos tratos pero no se la aceptan y, por último, cuando procura presentarla en la Comisaría de la Mujer, se le responde que ese ámbito sólo está destinado a hechos de violencia doméstica. En cuanto al video en sí mismo, en él aparecen otros factores fuera de lugar en la actitud del policía que forcejea con la muchacha: que no se quita nunca sus lentes de sol tipo Rayban; que lleva sus brazos descubiertos, dejando tatuajes a la vista. Ambos detalles amplifican el carácter intimidatorio y prepotente de su comportamiento.

La tecnología

Como se ve, el caso acumula –en la interna de la policía- una larga lista de presuntas irregularidades y por eso mismo debería disparar correctivos en varios frentes. Pero además, merece examinarse en otro plano: el de los cambios que ha introducido la revolución tecnológica. ¿Cuántos atropellos policiales como este de la semana pasada han ocurrido antes sin que las víctimas pudieran probar lo que habían vivido? Ya lo hemos hablado: La proliferación de teléfonos inteligentes, con muy buenas cámaras y conexión a internet ha transformado la vida de todos nosotros en innumerables aspectos, pero uno de ellos es este: la posibilidad de documentar abusos o hechos presuntamente delictivos. También está la tecnología de por medio facilitando la investigación rápida de los intercambios entre los patrulleros entre sí y con sus superiores. Y por último está en el uso que el propio MI realiza de las redes sociales cuando da a conocer su reacción y sus decisiones.

La exhortación final

El comunicado está encabezado de una manera muy contundente, como ya mencioné. Pero termina con otra frase llamativa: “la población debe tomar como ejemplo este caso animando a los ciudadanos a denunciar de manera responsable por las vías correspondientes este tipo de hechos”.

O sea, aprovecha el acto fallido para exhortar a la gente a que no acepte pasivamente otros atropellos y los denuncie, aunque sugiere que esto se haga “de manera responsable por las vías correspondiente”, es decir, que no se incurra en la manija en las redes y, en cambio, se vaya por las vías orgánicas adecuadas: la justicia y/o la propia policía.

Esta última parte del planteo, ese enfoque –digamos- educativo, aparece como pertinente, por supuesto. Falta saber si no peca de voluntarista, teniendo en cuenta lo indomables y caprichosas que las redes suelen ser.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 03.10.2017, hora 08.10