Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
Se debate, desde hace algunos días, en torno a un manual de educación sexual dirigido a docentes de educación primaria. No es nuevo. Los materiales, las propuestas, los meros amagues o las insinuadas intenciones de proceder a educar sexualmente a niños y/o adolescentes en el sistema regido por la administración estatal ha provocado, desde hace tiempo ya y en reiteración real, cuestionamientos, ataques y defensas, reticencias y adhesiones, parciales o totales.
Uno de los ingredientes de toda discusión al respecto ha sido y es la biología. Parece del todo pertinente, puesto que los aspectos biológicos están estrechamente relacionados con el sexo. Resta saber – y allí reside buena parte de los desacuerdos – qué papel cumplen esos aspectos o, más precisamente, qué lugar debe asignárseles a la hora de definir lo deseable, lo conveniente o lo aceptable en materia sexual.
Empleo estas palabras – deseable, conveniente, aceptable – para subrayar que la referencia a la biología es un argumento y que, como tal, se usa en apoyo de puntos de vista que, quiérase o no, son normativos. Desde la tesis que minimiza el peso de los factores biológicos en la determinación de las identidades sexuales hasta la que remite masivamente a ellos, la biología aparece como aquello a lo que es necesario atenerse o de lo que habría que emanciparse.
Existe en esto, según creo, una confusión entre una disciplina y su objeto. Atenerse a la biología o emanciparse de ella sería algo así como atenerse a la astrofísica o emanciparse de la termodinámica. Hacia el final de su primer mandato, el presidente Tabaré Vázquez aludió a una eventual segunda candidatura en 2014 con una frase que ilustra bien esa confusión: “veremos si la biología lo permite”, dijo entonces, cuando en realidad no era la biología sino su estado físico y de salud lo que habría de permitirle ser nuevamente candidato. En síntesis: la biología no es la vida ni lo viviente, así como la sociología no es la sociedad, la ecología no es el ambiente, ni la historia es el pasado. O, para decirlo con el feliz aforismo del fundador de la semántica general, Alfred Korzybski, “el mapa no es el territorio”.
Ocurre sin embargo que muy a menudo el mapa es agitado como si fuera el territorio. Así funciona, entre otros, el argumento biológico, escamoteando precisamente su condición de argumento para vestirse con las ropas de la verdad fáctica. De ahí su eficacia, y su peligrosidad, ya que cuando un discurso sobre la realidad se asimila a la realidad misma, pasa por inapelable, se convierte en un argumento coercitivo, imposible de refutar, ya que la realidad, faltaba más, es irrefutable.
El asunto tiene su importancia política, especialmente en un contexto donde la biología ha vuelto a ocupar un espacio significativo y creciente en la tramitación de temas que hacen a la regulación de la vida pública, no sólo al calor del sexo y sus avatares. También ha estado abonando, por ejemplo, la promoción de un nuevo impulso higienista, justificado desde las alturas a golpe de ciencia.
Respaldar o censurar las indicaciones contenidas en un manual de educación sexual sobre la base de un trazado de fronteras científico que nos esclarezca al fin acerca de lo que debe ser tenido por “natural”, implica tercerizar el debate, confiar su resolución a un saber presuntamente no ideológico, desprovisto de intereses y valores. La mala noticia para el cientificismo y los adversarios de la ideología es que siempre la hay, a pesar de los intentos de ponerle un taparrabo de apariencia neutra.
Así, resulta ocioso dirimir si en un conjunto de ideas sobre el sexo y la sexualidad laten o no materiales ideológicos. Claro que sí, en todos los casos. Es por lo tanto en la esfera política, y no ante el tribunal de la ciencia, donde corresponde defender lo que se crea oportuno acerca del deseo y el placer, cualesquiera sean los orificios corporales o las mucosas en juego. Eso sí sería emanciparse de la biología y, sobre todo, de sus voceros.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 07.08.2017
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.