Editorial

La ambulancia fantasma

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Ensañarse con alguien ya muy malherido es una práctica que la elegancia reprueba. Para hacer referencia a esa actitud, en Francia se emplea la expresión “dispararle a una ambulancia”, que podría considerarse como equivalente a lo que en Uruguay se sintetiza con otra imagen, empleada en estos últimos días por el presidente de la República: la de “pegarle en el piso” a quien, por definición, está ya caído. El tango ofrece, inevitablemente, un sinnúmero de versos que pueden ser citados en el mismo sentido: “está listo, sentenciaron las comadres”, como dice en su arranque, por ejemplo, el espléndido y fatalista Como abrazado a un rencor, o, en otro registro, las formidables inspiraciones de Homero Manzi en Fuimos: “Fui como una lluvia de cenizas y fatigas en las horas resignadas de tu vida”.

La lluvia de cenizas y fatigas que cae inclemente, un día sí y otro también, sobre parte de la izquierda uruguaya, se llama Raúl Sendic. El vicepresidente viaja en ambulancia, y uno se dice, a la francesa, que no está bien salir a disparar, no solo porque en ese vehículo viaja un moribundo, sino porque entre quienes hacen fuego hay gente con la que uno no quiere mezclarse. Situación difícil, en la que se combinan la vergüenza ajena, el sinsabor moral y la profundidad del hastío, sumados a la conmiseración por la indigencia intelectual del naufragio.

Sé que esta columna es un poco más de grasa en un cuerpo ya gordo de palabras. Sé que cae en medio del empacho provocado por una tragicomedia comentada hasta el cansancio. Pido perdón, pues, por estos párrafos que, sin embargo, no puedo evitar. No porque me interese especialmente tal o cual folio del expediente vicepresidencial, tal o cual episodio de este largo viaje hacia la nada. Sí me interesa, en cambio, aunque no acabe de entenderla, la obstinación de esa nada en permanecer amarrada a su propio hueco, en los limbos de la República.

El desmoronamiento de todo crédito, la intemperie irreversible, la disolución del esqueleto en el vinagre de los papelones, han creado un lugar extraño, un espacio que está ocupado pero donde al mismo tiempo no hay nadie, mientras alrededor una jauría glotona se solaza preparando las próximas dentelladas. Nadie parece querer realmente que el vicepresidente se vaya, o quizá la implacable construcción de la soledad lo haya privado de una voz amiga que le acerque aquel otro verso de Homero Manzi, también de Fuimos: “¡Vete! ¿No comprendes que te estoy salvando?”

Así las cosas, habrá al parecer un prolongado crepúsculo, dos años más de ensimismamiento en la debilidad, durante los cuales todo será otoño. El veneno lento de un mañana sin sol correrá por las venas exangües de la vicepresidencia de la República, que hablará para oídos que ya no la escuchan. Será un espectro institucional, un astro muerto, orbitando en el arrabal del olvido y la desconfianza.

Tal vez llegue, por aquello de la ambulancia y los disparos, a dibujarse la silueta de una víctima, pero no es seguro que sea una buena noticia a la hora de colmar el vacío que realmente importa, el que deja la falta de explicaciones políticas, incluso ideológicas, de un recorrido infeliz por los campos minados del progresismo gerencial. O, lo que es lo mismo, de una trayectoria descendente hacia la miseria del pensamiento, que capitula hasta quedarse, fatalmente, desnudo y sin voz.

Los vuelos en avioneta, la compra de un colchón, la tristeza de un perfume ANCAP y la fiesta grosera de la regasificación no son, como denuncia la inquisición acodada en el mostrador, indicios de podredumbre izquierdista, sino todo lo contrario: se trata del chapaleo descerebrado en el lodo del capitalismo chanta que canta las loas de la amistad público-privada, el síndrome terminal de una amnesia que tanguea, dolorida, “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 10.07.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.