Editorial

El globo se calienta

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Donald Trump cumple sus promesas de campaña. Algunas de ellas, por lo menos. El jueves pasado, en los verdes jardines de la Casa Blanca, anunció que Estados Unidos se retiraría del acuerdo para combatir el cambio climático al que se llegó en París en diciembre de 2015, que Estados Unidos ratificó nueve meses después y que entró en vigencia en noviembre de 2016.

El objetivo de ese acuerdo, como se recordará, es limitar a 2 grados centígrados el aumento de la temperatura global respecto de la era preindustrial, so pena de ingresar en desarreglos graves e irreversibles del clima, con efectos devastadores para la humanidad, tal como ha venido alertando desde hace años el Panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático de Naciones Unidas.

De hecho, el calentamiento ya está entre nosotros: según la Organización meteorológica mundial, la Tierra batió en 2016 su tercer récord consecutivo de calor, y el siglo XXI ostenta ya 16 de los 17 años más calurosos desde que comenzaron los registros, en 1880. La superficie de los hielos árticos y antárticos disminuye, los glaciares allá arriba en las montañas se están derritiendo, y el nivel de los océanos se eleva unos tres milímetros por año a causa de esas aguas y de la expansión térmica. La cantidad de sequías, olas de calor, incendios forestales, inundaciones y huracanes se habría duplicado desde 1990, y el Banco Mundial estima que las catástrofes naturales ocasionan más de 500 mil millones de dólares de pérdidas anuales, hundiendo en la pobreza a 26 millones de personas cada año. Por lo demás, la quinta parte de las especies amenazadas de extinción, es decir unas 1700, están directamente afectadas por el calentamiento global: se nos mueren animales y plantas que ni siquiera conocemos pero que nos ayudan a vivir.

¿De quién es la culpa de que a este paso los esquimales de fines del siglo salgan a pasear en chancletas, los tifones se lleven puestos a cientos de miles de asiáticos, los desiertos se dilaten y el barrio Malvín quede, como unos cuantos atolones del Pacífico, bajo las aguas? Pues de los gases que provocan el “efecto invernadero”, como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, cuya concentración en la atmósfera se trata, por lo tanto, de limitar.

Eso dice el acuerdo de París, aunque sin obligar a nadie: cada quien fija sus propios objetivos a voluntad, y con lo comprometido hasta ahora, las cuentas de carbono todavía no cierran. Los nietos o bisnietos de los firmantes podrán veranear en Groenlandia, mientras en África los desheredados de siempre no tendrán ni un árbol para la sombra y en Ámsterdam habrá que mudarse al altillo y desplazarse en bote.

Sin metas obligatorias, sin soberanía que ceder ni concesiones forzosas que hacer, el señor Trump decide sin embargo bajarse del ómnibus ambiental planetario y elige la marginación, con Nicaragua y Siria como compañeros de ruta, dejando el campo libre a los mayores contaminadores del mundo, los chinos, para presentarse como los paladines de la limpieza. Se trata, además, de un anuncio, ya que ningún firmante puede denunciar el acuerdo durante los tres primeros años de su vigencia, es decir hasta noviembre de 2019, y hace falta un año más para que el retiro pueda hacerse efectivo: no antes del 4 de noviembre de 2020 pues, o sea al día siguiente de las elecciones en Estados Unidos.

¿Por qué avisar que se va a salir de un acuerdo cuando quizá sea ya otro el presidente? ¿Por qué no quedarse y sencillamente no aplicarlo, puesto que no hay sanciones previstas? ¿Por qué aislarse gratis? Parece estúpido, y quienes conjeturan que las capacidades intelectuales del presidente de Estados Unidos son decididamente limitadas tendrán un indicio más para fundar sus sospechas. Sospechas que se acrecientan, por añadidura, si se tiene en cuenta que el retiro del acuerdo de París obedece, según el señor Trump, a su voluntad de defender el empleo, en un país donde las energías renovables generan ya más puestos de trabajo que las energías fósiles. Sí, pero ocurre que quienes pierden sus empleos, esos empleos del mundo de antes, votaron por él hace ocho meses, y para no defraudar a esos electores, el señor Trump parece decidido a pagar el precio de calentar a todo un planeta.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 05.06.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.