Editorial

El libro sobre Huidobro y una entrevista En Perspectiva

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Por Emiliano Cotelo ///

Sonó feo el final de la entrevista telefónica que mantuve el miércoles pasado con María Urruzola a propósito de su libro, Eleuterio Fernández Huidobro. Sin remordimientos…

El intercambio tuvo allí una tensión especial, en buena medida porque se le superpuso una discusión a propósito de la hora. Mientras yo trataba de plantear las últimas preguntas, María alegaba que ya eran las “8 y 23”, la hora acordada, según sostenía, para terminar la nota, y que, por lo tanto, debía cortar para atender a otra radio.

Yo aparecí como insistente de más, forzando la situación para obtener respuestas en los temas que habían quedado para ese momento, pero además como alguien que incumplía flagrantemente un pacto previo.

María apareció evasiva o superficial ante los interrogantes, pero además cuestionándome a mí porque no ponía punto final y advirtiéndome que iba a tener que interrumpir la comunicación.

Fue una pena, realmente, que el fondo del asunto se viera tan contaminado en ese segmento por una situación ajena al trabajo periodístico en sí mismo.

Son cosas que pueden ocurrir en un programa en vivo.

Pero, creo, merecen explicarse.

Los 10 minutos que faltaban

Voy a ser breve. La entrevista iba a realizarse en nuestro estudio desde las 8.15 hs y hasta las 9.00 hs, pero debió cambiarse la noche anterior. Sobre las 20 hs María nos escribió avisándonos que cuando aceptó nuestra invitación no tuvo en cuenta otro compromiso que ya había asumido para esa misma mañana. Para nosotros era imposible rearmar a esa altura el espacio central del programa del día siguiente. Así que aceptamos cambiar lo acordado inicialmente y realizar la entrevista por teléfono, desde las 7.50 hs hasta las 8.33 hs. Este límite máximo, 8.33 hs, que suena extraño por su precisión excesiva, fue la respuesta que María dio cuando nosotros propusimos finalizar a las 8.35 hs; todo figura en un diálogo por Whatsapp del que conservamos la captura de pantalla correspondiente.

Por eso me descolocó que, ya al aire, María pusiera el freno a las 8.23 hs. A esa hora yo disponía todavía de 10 minutos, que daban perfectamente para abordar los puntos que me faltaban y que me parecían de peso, porque referían a algunas objeciones que se le habían formulado a su investigación, una de ellas aquí mismo, en una de Las Mesas; dejar afuera esas preguntas implicaba un agujero importante en la hoja de ruta que yo había preparado y que en la primera parte le había permitido a la autora explayarse con comodidad sobre su trabajo.

Por esas dos razones -porque todavía estábamos dentro del horario coordinado y porque las preguntas eran relevantes- yo hice todo lo posible, pese a la reticencia de María, por prolongar la nota unos minutos más.

Tuve que elegir entre dos alternativas malas. Si aceptaba el reclamo de María, la entrevista iba a quedar trunca, sin duda. Si forzaba la continuidad, podía terminar bien o derivar en una pulseada que distrajera y ensuciara el contenido. Preferí correr el riesgo implícito en la segunda opción. Y me fue mal. Los temas que faltaban entraron pero el abordaje resultó barroso, y eso dio pie a que algunos oyentes interpretaran, por ejemplo, que yo tenía un interés especial en defender a Fernando Butazzoni o que María buscaba zafar de planteos que le resultaban incómodos.

La historia real es la que acabo de contarles.

¿Dos semanas?

Ya que estamos hablando de “la cocina” de En Perspectiva, y teniendo en cuenta la cantidad de mensajes y consultas que generó esa entrevista, aprovecho para comentar algo más sobre la forma como manejamos este libro, que no es cualquiera.

Algunos oyentes se quejaron porque no lo abordamos a fondo en los primeros días posteriores a su edición. Es cierto: demoramos dos semanas. ¿Por qué?

Primero porque, confieso, tengo una cierta resistencia hacia estos temas. Llevo casi 35 años trabajando en periodismo y creo que ya dediqué demasiado espacio a la violencia que vivió el país entre los años 60 y el final de la dictadura. Francamente, prefiero concentrarme en los desafíos actuales y, sobre todo, futuros de Uruguay y del mundo.

Pero, obviamente, tampoco puedo ignorar la realidad. Me quedó claro que este libro desataba una conmoción especial y que eso se debía, entre otras razones, a que llegaba muy cerca en el tiempo y, sobre todo, aportaba, aparentemente, nuevos elementos sobre algo que ya había circulado: la posibilidad –muy grave– de que en la década de 1990, ya en democracia, el MLN hubiera organizado asaltos a bancos y otras instituciones para financiar al MPP, que se estaba creando en esos años.

Opté, entonces, por incorporarlo a nuestra agenda, pero tomándome mi tiempo.

Dimos las noticia sobre su llegada a librerías, informamos sobre sus repercusiones y tuvimos algunas primeras discusiones en La Mesa. Mientras tanto, leí el libro, lo subrayé, lo mastiqué y fuimos analizándolo en varias reuniones del equipo de producción.

Finalmente, recogiendo todos esos elementos armé la entrevista que ustedes escucharon esta semana. Creo que en ella, pese a los “tironeos” del final, se vislumbra la sensación –compleja– que me dejó el libro.

Luces y sombras

Veamos.

Yo destaco el coraje de la autora al haberse animado a preparar, poco después de la muerte de Eleuterio Fernández Huidobro, una semblanza crítica de quien fue, sin duda, un protagonista muy significativo de la historia reciente pero además dueño de una personalidad singular: provocadora, contradictoria, desconcertante. Esa idea de ir en busca de las diferentes facetas que este hombe mostró a lo largo de su vida es todo un aporte.

Me resultó muy interesante, al mismo tiempo, el panorama que suministra sobre los vasos comunicantes que han existido entre tupamaros y miembros de las Fuerzas Armadas desde la época de la guerrilla hasta hoy mismo, y cómo ese entretejido se cruza con frecuencia con los enfrentamientos que mantienen, entre ellos, tupamaros o ex tupamaros que han tomado caminos diferentes. Es todo un mundo, erizado y sigiloso, que cada tanto aflora de manera pública, por ejemplo con las advertencias, que el libro recoge, y que se lanzaron durante la campaña electoral de 2009, incluyendo filtraciones, en blogs de internet, de actas militares sobre interrogatorios. Yo me había perdido varios de esos combates epistolares.

Es muy valioso también el intento por retomar aquella serie de asaltos espectaculares llevados a cabo por las “superbandas” entre 1993 y 1998, que sacudieron a la sociedad uruguaya y que dejaron tantos cabos sueltos. El solo hecho de recopilar y ordenar la información publicada en su momento, sumándole datos de las sentencias judiciales ya implica un avance en la comprensión de ese tema. Pero el libro va más allá porque consigue el testimonio de alguien presentado como “Beto”, un participante de aquellas acciones, que relata pormenores impactantes sobre cómo se había resuelto aquello en el MLN y quiénes eran los dirigentes responsables.

Por último, destaco el reordenamiento que se presenta del caso del avión de la empresa Air Class, que desapareció en el aire y se hundió en el Río de la Plata en junio de 2012. En especial, es muy sugestivo el recuento que se incluye, sobre la cantidad de dificultades que enfrentó para desarrollar la investigación la jueza penal a cargo del expediente, Mariana Motta, debido a que, paso a paso, el Ministerio de Defensa, encabezado por Fernández Huidobro, rechazaba o postergaba al máximo posible las solicitudes de la magistrada para efectuar nuevas búsquedas de restos en la zona del siniestro.

Creo, sin embargo, que el libro también carga con debilidades.

Por un lado, es muy polémica la publicación íntegra de lo que serían actas de interrogatorios realizados en cuarteles, seguramente bajo tortura, a algunos nombres del MLN que aparecen delatando a compañeros, etc. ¿No alcanzaba con señalar que esos documentos habían sido puestos en circulación, etc., sin develar sus pormenores? Y en caso de resolver que había que difundirlos, ¿no era indispensable, por lo menos, verificar su autenticidad?

Finalmente, me parece que este libro precisaba una maduración más larga. María cuenta que le dedicó siete meses a tiempo completo. Pero la lectura pone de manifiesto que eso no alcanzó, supongo que por la singularidad extrema del personaje central y por lo resbaloso e intrincado de varios de los subtemas que se termina tratando, algunos de ellos verdaderos campos minados. Lo cierto es que hay erratas, errores y descuidos. Y varias conclusiones que la autora saca terminan siendo, en realidad, especulaciones y no deducciones fundamentadas. Y eso pasa, en particular, en los capítulos sobre las superbandas y sobre el avión de AirClass.

En definitiva, yo considero a este libro, así como está, como una base para explorar varios asuntos serios. Pudo habérselo postergado a la espera de su redondeo. Ya que se optó por ponerlo en circulación, tal vez, pueda prepararse con calma una segunda edición, corregida y aumentada, que cierre los baches y nos acerque mejor a los hechos que buscó reconstruir. Tal vez consiga, por ejemplo, que “Beto” mismo u otros compinches de los robos de los años 90 hablen con nombre y apellido, dándole a la denuncia la contundencia que todavía no tiene.

Epílogo cauto

Pero, bueno, digo todo esto con mucha cautela. Después de todo, yo no escribo libros de investigación sobre el pasado reciente. Y además…¿cuántas veces siento que En Perspectiva está en falta con su audiencia porque, por limitaciones propias, dejamos pasar situaciones o conductas que deberíamos indagar para aclararlas? Incluso, durante la entrevista con María Urruzola de este miércoles yo también cometí errores y descuidos.

No quiero pontificar sobre periodismo.

Quise hoy, sí, charlar muy honestamente con ustedes sobre cómo encaramos en este programa este acontecimiento que marcó de manera muy fuerte la agenda de los últimos días.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 05.05.2017, hora 08.05

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