Editorial

La peste

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Hace quince años, en la nochecita del 21 de abril de 2002, el estupor y la consternación invadieron el ánimo de la gran mayoría de los franceses. A las ocho en punto de la noche, en las pantallas de todos los televisores del país se dibujaron los rostros de los dos candidatos calificados para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales: Jacques Chirac, presidente saliente, y Jean-Marie Le Pen, candidato de la extrema derecha. Terremoto: el fundador del Frente Nacional, heredero y promotor del ultranacionalismo reaccionario y antirrepublicano, había dado el batacazo, eliminando, por un puñado de votos de diferencia, al candidato del Partido Socialista, Lionel Jospin.

A la sorpresa y el abatimiento siguieron, de inmediato, la vergüenza, el asco y la movilización. Durante las dos semanas de campaña hacia la segunda vuelta, millones de personas se lanzaron a la calle, ocuparon las plazas y llenaron el espacio con la voluntad, según las consignas de entonces, de cerrarle el paso al fascismo. Los candidatos y los partidos perdedores llamaron a votar por Jacques Chirac, que se negó a debatir con su adversario – no hay debate posible con los enemigos de la República – y que a la postre resultó ganador con más del 80 % de los votos.

Hoy, en la tercera elección presidencial francesa después de aquel episodio, la extrema derecha compite nuevamente en la segunda vuelta. Su candidata es la hija de Jean-Marie Le Pen, Marine, y la campaña se desarrolla como si nada. Pasado mañana tendrá lugar el debate televisivo tradicional, no hay manifestaciones masivas de rechazo a la presencia de una candidata semejante en la etapa final de la elección, los pronunciamientos políticos de los eliminados han sido en general claros, pero menos enérgicos, y parece tomarse casi con resignación, cuando no con naturalidad, una situación que hasta no hace mucho era vista como una anomalía, e incluso una ofensa a los valores republicanos.

Algo cambió. Tal vez la diferencia sea que en 2002 nadie había imaginado, y mucho menos previsto, el resultado que acabó dándose; en 2017, en cambio, se llegó a la elección después de un largo acostumbramiento a la idea de ver a Marine Le Pen en la segunda vuelta, tal como lo indicaban las encuestas de opinión desde hace meses. También puede pensarse que el antecedente de 2002 contribuye a disipar los miedos y que muchos se dicen que de todas maneras la extrema derecha no puede ganar.

Habrá quien sostenga que quien cambió fue el propio Frente Nacional, que ve así coronados sus esfuerzos por volverse más presentable, menos áspero y repulsivo. Sin embargo, no alcanza con guardar a los gorilas en el ropero. Más allá de algunos ajustes cosméticos, ahí están los demonios de siempre, la misma galaxia negra, con sus teóricos antisemitas que niegan la existencia de las cámaras de gas de los nazis, su alegre muchachada fierrera con el brazo en alto, sus católicos integristas, sus nostálgicos del imperio colonial y del régimen de Vichy, los viejos golpistas de la OAS y las pandillas porcinas que sueñan con salir a cazar árabes y homosexuales.

El problema es que si fuera solo eso, el Frente Nacional sería un partidúnculo, un rejunte malsano pero insignificante en las urnas, y no recogería la quinta parte de los votos válidos. De manera que no queda más que concluir que el cambio se produjo en la sociedad francesa, que esa sociedad no es ya la de 2002. Pero sería reductor, ya que Francia es solo un capítulo de la mala novela que en los últimos tiempos se ha estado escribiendo en muchos otros lugares, tanto en Europa como fuera de ella. Las aguas bajan turbias, y si bien sigue siendo poco probable que Marine Le Pen llegue a la presidencia el próximo domingo, sería imprudente apostar todos los boletos a su derrota e irse a dormir tranquilos. En todo caso, el resultado final no será el 4 a 1 de 2002, sino otro, menos holgado, que habrá de confirmar que algunos diques han cedido, convirtiendo en laguna cenagosa lo que hasta no hace tanto era apenas un charquito maloliente.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 01.05.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.