Por Rafael Mandressi ///
Hillary Clinton y su equipo de campaña buscan, desde hace una semana, moderar los efectos del malestar que la candidata sufrió el 11 de setiembre pasado, durante la ceremonia de homenaje a las víctimas del atentado de 2001 en Nueva York. Tras el episodio, se supo que la señora Clinton padecía una infección pulmonar, que le habían diagnosticado dos días antes. Después de semanas durante las cuales su rival republicano Donald Trump la había atacado poniendo en entredicho su estado de salud, la señora Clinton se enfrentaba a un dilema: concurrir a la ceremonia corriendo el riesgo de que se produjera un incidente como el que ocurrió, o no ir y alimentar de ese modo los rumores.
Lo cierto es que el intento de mantener en secreto la enfermedad de la candidata demócrata duró apenas un par de días, tras los cuales debió guardar reposo y poner entre paréntesis su campaña durante otros tres. El hecho, que entre otras cosas obligó al presidente Obama a salir al rescate, es a todas luces políticamente desgraciado, aunque más no sea por las especulaciones que desató, incluida la de una eventual renuncia de la señora Clinton a su candidatura y la designación consiguiente, por parte del partido Demócrata, de un sustituto, a escasos 50 días de las elecciones.
Así las cosas, ya en el último día de su convalecencia, el miércoles de la semana pasada, Hillary Clinton hizo público un informe redactado por su médica personal, la doctora Lisa Bardack, en el que se explica que la candidata había contraído una neumonía leve y no contagiosa, y que fuera de ella, en lo que va del año, la señora Clinton solo había padecido una otitis, en el mes de enero, además de algunos problemas de sinusitis. Por lo demás, la doctora Bardack da cuenta en su informe de la presión arterial, del nivel de colesterol, del resultado satisfactorio de una mamografía y del conjunto de medicamentos que toma su paciente, añadiendo así mismo que su condición mental es “excelente”.
El candidato republicano, como es sabido, es hombre de televisión, de manera que optó por informar al público sobre su salud en un programa llamado Dr. Oz Show. El programa aun no fue emitido, pero según algunos fragmentos que han sido divulgados, el señor Trump hace entrega allí al conductor, el médico Mehmet Oz, de un resumen de los exámenes a los que se sometió la semana pasada. Los resultados, de acuerdo a lo que asegura el equipo de campaña del magnate, serían muy buenos; apenas si convendría que perdiera algún que otro kilo.
El señor Trump tiene 70 años, y la señora Clinton cumplirá 69 el mes que viene. Ninguno de los dos se cuece en el primer hervor, y de ello se ha hecho caudal para reclamar, desde los medios y a través de ellos, una total transparencia sobre los estados de salud de ambos. A la vista de la entidad del incidente que afectó a Hillary Clinton, las exigencias maximalistas al respecto parecen desproporcionadas; la señora no puede tener una gripe en paz sin que se deba ofrecer al escrutinio público cuántas veces estornudó en el día.
Dejemos Estados Unidos un momento, para recordar que el presidente francés Georges Pompidou murió en 1974 antes de terminar su mandato, sin que los franceses supieran que tenía un cáncer hematológico hasta el momento de su fallecimiento. Pocos años después, también en Francia, François Mitterrand ganó su primera elección presidencial en mayo de 1981, y en setiembre se le diagnosticó un cáncer de próstata, que recién vino a conocerse en 1992, cuando ya había sido reelecto y llevaba once años de los catorce que permaneció en la presidencia.
Estados Unidos no es Francia, se dirá, y estos asuntos, como otros, se procesan de manera diferente. Sin duda, pero quizá más determinante que esa diferencia sea la que existe entre los años 70 u 80 y hoy, cuando tampoco en Francia cosas semejantes podrían ya ocurrir. En Uruguay, donde la clásica y gastada broma sostiene que todo llega diez, quince o veinte años más tarde, y donde muchos dirigentes y candidatos tienen más edad que Hillary Clinton y Donald Trump, todavía es posible, afortunadamente, que los gobernantes se enfermen con calma.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 19.09.2016
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.