Editorial

Después

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Por Rafael Mandressi ///

Desde hace poco más de una semana, en París, la vida empezó, lentamente, a reencontrarse consigo misma. No como antes de los atentados, no por completo. Para eso habrá que esperar, seguramente, varias semanas. Quizá meses. Un largo después, que me ha instalado en la mente, como un eco persistente y un ancla, los primeros versos de uno de los mejores tangos de Homero Manzi: “Después, la luna en sangre y tu emoción”.

Apenas iniciado ese después, cuando aún reinaba un espeso estupor, se cumplió un minuto de silencio. De nuevo el tango de Manzi, sonando en mi cabeza: “Luego, irremediablemente, tus ojos tan ausentes llorando sin dolor”. Una estudiante de 28 años, italiana, que hacía su doctorado allí mismo donde mis propios estudiantes la cruzaban en los corredores, murió en el Bataclan. Se llamaba Valeria.

Un par de amigos de Anabel, la bibliotecaria de mi centro de investigación, también cayeron el viernes de la luna en sangre. Anabel tiene todavía los ojos llenos de lágrimas, y probablemente siga llorando casi todas sus lágrimas cada día durante un tiempo.

El después está herido. También está cargado de la ominosa imbecilidad de una guerra que no es tal, de una guerra presunta en la que se nos quiere enrolar sin nuestro consentimiento.

El después es un océano de balas en el piso, que andamos pateando mientras caminamos fingiendo que ya no estamos aturdidos por el ruido de los disparos, los gritos y las bombas. Y Homero Manzi que sigue escribiendo su tango para acompañarme desde el Río de la Plata: “Después, vendrá el olvido o no vendrá, y mentiré para reír y mentiré para llorar”.

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Mañana quizá no sea otro día, mañana volverán a despegar aviones para descargar una lluvia de fuego a miles de kilómetros, mañana seguiremos viviendo en estado de emergencia, mañana habrá quienes preparen, en algún lugar, otros golpes y otras muertes para servir y agradar a algún dios de barro, mañana seguirán tratando de convencernos de que ha llegado el momento de ser amigos de Putin, a pesar de que Putin es amigo de la satrapía criminal de Bashar Al Asad.

No tengo ganas de ser amigo de esa gente. No tengo ganas de atravesar el después en medio de la furia y el asco. Tampoco tengo ganas de renunciar a ganarles a los teócratas de todo pelo y color con los recursos de que dispongo, y estoy convencido de que a la larga son los mejores. De manera que sin esperar a que las lágrimas terminen de secar, sin prolongar el luto, sin pensar siquiera que tal vez estemos jugando los descuentos, lo mejor es volver a vivir. Y volveremos. Volveremos a besarnos en las calles, volveremos a festejar en los bares, volveremos a escuchar música, volveremos a reírnos en las plazas. Y brindaremos por nuestros muertos. Todos nuestros muertos, que los de Beirut, los de Túnez, los de Ankara, también son nuestros muertos.

Por ellos y por nosotros, volveremos a llenar el después con todo lo que los mensajeros del absolutismo asesino odian. Lo haremos un poco fracturados al comienzo, con cicatrices en algún sitio que todavía duele, seguramente con un resto de ansiedad y con la voluntad de pagar las deudas que tenemos con los deudos. Pero como al fin y al cabo todos en esta ciudad somos un poco deudos, nos estaremos poniendo al día con nosotros mismos.

La moneda de pago es una sola: seguir siendo nosotros, y resistir echando mano, con los dientes apretados, a la alegría de saber, como también dice el tango de Homero Manzi, que cantamos una “canción hecha pedazos que aún es canción”.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 25.11.2015, hora 08.05

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.