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Atentados en París: El día después, por Rafael Mandressi, corresponsal de En Perspectiva en Francia

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El sábado la ciudad amaneció con las calles vacías, el relato aún inconcluso de lo ocurrido, un conteo de víctimas que sigue subiendo y una única certeza: los de ayer fueron los atentados más mortíferos cometidos en territorio francés desde la Segunda Guerra Mundial. Primeros apuntes tras los atentados del viernes 13 en París, por Rafael Mandressi, corresponsal de En Perspectiva en Francia.

Loic Venance/AFP Photo

Loic Venance/AFP Photo

Por Rafael Mandressi ///

Sábado 14 de noviembre de 2015, diez de la mañana. París parece desierta. Todos los edificios públicos están cerrados, la mayoría de los comercios también, la circulación es poca y no se ve gente por las calles. Alguna panadería, algún café, abrieron sus puertas, pero no tienen clientes. Las palabras, leídas u oídas, se repiten como si hiciera falta asimilar lo que pasó anoche y salir del espasmo para poder poner algo de orden en el pensamiento: masacre, carnicería, horror. Guerra. Esto es una guerra, se dice y se teme desde hace doce horas, desde que seis atentados casi simultáneos regaron de sangre la noche en París. Cuando esa sangre aún no estaba seca y ni siquiera se sabía a cuántos muertos y heridos pertenecía, se podía sin embargo tener ya una certeza: se trataba de los atentados más mortíferos cometidos en territorio francés desde la Segunda Guerra Mundial.

Hacia las 9.20 hs de la noche del viernes, cuando se llevaban jugados unos 15 minutos del partido amistoso entre las selecciones de Francia y Alemania en el Stade de France, se producen tres explosiones en las inmediaciones del estadio. Tres atentados suicidas, que se cobraron la vida de una persona, además de las de los tres autores que saltaron por los aires con sus bombas. El presidente François Hollande, que está presente en la tribuna, deja de inmediato el estadio. Se decide, para evitar el pánico, que el partido se juegue hasta el final, sin informar a los 80 000 espectadores presentes.

Al mismo tiempo, varios individuos a bordo de un vehículo ametrallan dos bares, el Carillon, en la calle Alibert, y el Petit Cambodge, en la calle Bichat, dejando un saldo de 14 muertos y una decena de heridos graves. Pocos minutos después, los mismos atacantes u otros atacan, en la misma zona, una pizzería y otro bar, dejando tras de sí otros veinticuatro muertos y veintidós heridos. En el bulevar Voltaire, entretanto, un sujeto hace estallar un cinturón de explosivos que lleva ajustado al cuerpo, sin dejar víctimas. Poco después, cuatro hombres armados ingresan en la sala de espectáculos del “Bataclan” durante un concierto de rock y disparan contra el público, al que toman de rehén. Pasada la medianoche, la policía da el asalto al teatro, mata a uno de los atacantes y otros tres se dan muerte con explosivos. El saldo, todavía provisorio, da cuenta de 82 espectadores muertos.

En menos de tres cuartos de hora, al menos ocho personas cometieron una serie de atentados coordinados en seis lugares diferentes de la ciudad, desparramando fuego y cadáveres a su paso. La cuenta de los cadáveres no está definitivamente cerrada aún: a los 128 que indican las últimas informaciones, podrían sumarse quizá varias decenas más, ya que los heridos en estado crítico son un centenar. El presidente Hollande reunió en la noche, después de dirigirse a la población, a su consejo de ministros, y luego al gabinete de guerra. Guerra. Otra vez la palabra, que Hollande pronuncia, hoy sábado, hace apenas un rato: los atentados de anoche son “un acto de guerra cometido por un ejército terrorista”, dice el presidente. Una alusión apenas velada a la organización Estado Islámico, que poco después, a través de un comunicado, reivindica la autoría de los atentados. ¿Por qué París? Porque es “la capital de las abominaciones y de la perversión”, capital de un país al que se califica como el “abanderado de los cruzados” en Europa.

En esa capital y desde la noche del viernes, circulaba en las redes sociales el aviso “porte ouverte”, con el que los parisinos ofrecían dar refugio en sus casas a quienes estuvieran bloqueados en las calles. En esta capital, los hospitales comunicaron que hasta la semana que viene no hacía falta que los ciudadanos siguieran concurriendo a donar sangre para las víctimas, ya que lo habían estado haciendo desde la madrugada. En la capital de la “perversión”, muchos dejaron sus camas para colaborar con quienes estaban en busca de familiares y amigos de quienes no tenían noticias.

Luego, empezaron a caer las medidas, una tras otra: tres días de duelo nacional, prohibición de manifestaciones callejeras en toda la aglomeración parisina hasta el jueves 19, anulación de todos los espectáculos deportivos del fin de semana, cierre de cines, teatros y museos, cierre de la torre Eiffel hasta nuevo aviso, cierre de fronteras, declaración del estado de urgencia en todo el territorio, por primera vez desde la época de la guerra de Argelia. El ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, autoriza a los prefectos a decretar, si lo entienden necesario, el estado de sitio. La prefectura de París y la alcaldesa Anne Hidalgo piden que en lo posible los habitantes eviten salir a las calles hoy, los rumores más o menos delirantes comienzan a ser vomitados en Internet. A las once y cuarto, me llega un correo electrónico de la embajada de Uruguay: “no se han recibido noticias ni llamados, tanto de la parte de autoridades francesas como de uruguayos residentes o turistas en París, que pudieran haber sido afectados por los ataques terroristas ocurridos en la noche de ayer”; la embajada “se  mantiene a disposición para asistir a la comunidad compatriota en lo que sea necesario”.

Después del “Je suis Charlie” de enero pasado, aparece ahora “Je suis Paris”. Algunas preguntas tienen desde hace un rato sus respuestas, otras todavía no. La conferencia sobre el cambio climático se realizará, como estaba previsto, a partir del 30 de este mes; la identidad de los atacantes, en cambio, no se conoce aún, y la tarea de identificación no será fácil, ya que siete de los ocho se mataron con explosivos. ¿Eran solo ocho? No es seguro: ocho murieron, pero quizá haya habido más. ¿Tenían cómplices? ¿Cuántos? Tampoco se sabe, por el momento. La investigación continúa, y continuará. Algunos países han ofrecido su cooperación, otros, la mayoría, su solidaridad.

Fue un viernes 13, un viernes negro, un viernes rojo sangre. Si esto fuera una guerra, anoche se habría librado una batalla, la segunda batalla de París, más cruenta, si cabe, que la primera, hace once meses. Si esto fuera una guerra, se trataría, guste o no, de batallas perdidas. Si esto fuera una guerra, habría sido oportuno avisarles a los casi 130 muertos de ayer que eran combatientes, decirles que al ir a tomar un café, comer una pizza o asistir a un concierto de rock estaban peleando contra un enemigo. A ese enemigo le gustan las guerras, quisiera estar en guerra, aspira a ocupar el lugar militar del adversario absoluto en el campo de batalla del fin de los tiempos. Convendría no hacerle ese favor.

Esto no es una guerra, ni ellos son soldados. Son criminales, intoxicados por el olor acre de su propia inmundicia, atrapados por el señuelo de recompensas imaginarias en un más allá que buscan con desesperación, carne de cañón de una causa sucia y enferma, asesinos tristes y salvajes a quienes les han dicho que Alá es grande. Y se lo han creído.

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Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Foto: Parisinos dejan flores y velas encendidas afuera del café La Belle Équipe, en Rue de Charonne, París, sábado 14 de noviembre, 2015, luego de una serie de atentados en cadena ocurridos en la noche del viernes 13 de noviembre. Crédito: Loic Venance/AFP Photo.